Elizondo
c/Jaime Urrutia,23
Del 22 de julio al 31 de agosto 2003 / Uztailaren 22tik abuztuaren 31ra
Inauguración: 22 de Julio 19,30 h. / Inaugurazioa: Uztaila 22an 19,30etan
Abierto todos los días / Egunero irekita
De 11,30 - 1,30 y de 6 - 9
Tlfno.: 948 58 06 49
"Pintar no es copiar servilmente lo objetivo, es captar una armonía entre relaciones complejas, transportarlas a una gama personal, desarrollarlas según una lógica nueva y original."
Cézanne.
1994 "Losas" |
1995 "Paisaje" |
1996 "Árboles" |
1997 "Primavera" |
1998 "Camino" |
1999 "Otoño" |
Es frecuente que para desentrañar el trabajo de un pintor se acuda en busca de referencias que orienten su interpretación y lo ubiquen dentro de corrrientes, tendencias o estilos que, en la mayor parte de las ocasiones, son etiquetas o estándares demasiado reduccionistas. Sin embargo, el riesgo que supone clasificar la obra de un creador se reduce si quien lo va a hacer tiene la oportunidad de explicarse. Y eso es lo que voy a intentar hacer ahora. No necesito justificar que Tomás Sobrino es un pintor que representa la realidad, ni que se trata de alguien que mueve su factura en torno a la descripción naturalística porque no pienso que así sea. Lo que sí creo que posiciona su actividad artística es el propósito de transformación de esa realidad inmediata y consustancial en la que se encuentra, en una realidad aprehendida e interiorizada que es proyectada en sus cuadros una vez finalizado el misterioso trajín de la desocultación. Tomás Sobrino no es un pintor figurativo, es un transfigurador que ha elegido la pintura como vehículo con el que acercarse a la plenitud de la insignificancia, como medio a través del cual rescatar el rasgo mínimo del matiz inapreciado. Hace del valle y el monte, simbólico útero materno; del muro y la laja, imagen del reposo ancestral; de la umbría de hayas y helechos, refugio de juventud; del camino y de sus sendas, homenaje a la construcción del destino; del espejo del agua y sus brillos, reflejo efímero del instante; del carrizo y el barro quebrado, metáfora de la humildad; del trepar silencioso de la hiedra, alegato de parsimonia... Hace que sus obras desvelen la verdad de lo evidente, de lo que está ahí, cercano, pero que se muestra desconcertante, asombroso, cuando finalmente es percibido. Esa es la misión de este oteador de cuanto está más aquí del horizonte. Para complirla tiene su propio método y sigue un itinerario elegido que le lleva a recorrer diferentes entornos físicos y mentales. En el primero de ellos sucede el hecho de la recolección. En él Tomás Sobrino se dispone atento a los estímulos, los vendimia desde una actitud contemplativa y cautivada armado con el hocete de su observación. En el segundo entorno, convertido en laboratorio de sus sensaciones, tiene lugar la experimentación. Con ella cognoscitiviza la información acumulada y la destila hasta esencializarla mediante la alquimia de la textura, el color y la forma. El resultado es un cuadro-señal que da fe del tránsito desde lo intuido hasta lo comprendido y que certifica la transfiguración íntima. Pero no se conforma con eso. Tomás Sobrino prentende socializar esa transfiguración, aspira a mejorar el lugar en el que vive evidenciando y compartiendo las evidencias con sus gentes a través de las insinuaciones de su actividad expositiva y docente. Mediante sus relatos plásticos, quiere facilitar a quienes reciben su mensaje claves con las que sentir la pertenencia a aquello que les rodea e identifica. Ahí está el tercero de sus entornos, el más aventurado e incierto, el que requiere mayor audacia y tesón, ese en el que la enseñanza y el aprendizaje, lo ofrecido y lo recibido, se funden en una misma entidad comunicadora. Es el entorno de la interacción, el único en el que la cultura (todo eso que al hombre se le ocurre para humanizar la realidad) encuentra su ecosistema natural. Muchas señales más van a ser necesarias, Tomás. Posiblemente nuevos sinsabores y quebrantos te esperan a pesar de tu sensación de privilegio, pero eso no importa demasiado. Lo realmente esencial lo explica José Ángel Valente mucho mejor que yo en los últimos versos de uno de sus poemas razón nos da de la esperanza. Pues más allá de nuestro sueño las palabras, que no nos pertenecen, se asocian como nubes que un día el viento precipita sobre la tierra para cambiar, no inútilmente, el mundo. Sigue con tu equipaje prestado de trazos, manchas y geometrías el viaje que aquel día decidiste emprender. No te doy ánimos. Es motivo lo que necesitas y eso solamente tú sabes si lo tienes. Yo puedo ofrecerte consuelo, si te hace falta, y un poco de compañía. Koldo Sebastián. Junio de 2003 |
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2000 "Otxondo" |
2001 "Campos de Olite" |
2002 "Piedra I" |
2000 "Oteiza de la Solana" |
2001 "Cuenca" |
2002 "Piedra III" |